Boletín Científico Sapiens Research
Vol. 6(2)-2016 / p: 1 / ISSN-e: 2215-9312
Sapiens Research Group
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Editorial: La relatividad del tiempo
Por Carlos-Roberto Peña-Barrera (editor en jefe)
editor@sapiensresearch.org
Me sorprende que mi padre y mi suegro tengan una memoria tan buena.
Se acuerdan del año, el mes y hasta el día en que ocurrió cierto asunto.
Cuando me cuentan ciertas cosas de su historia, eso empieza a hacer
parte de mi memoria y mis recuerdos. Seguramente lo que yo considero
allá en mi pensamiento no es lo mismo de ellos, pero me regalan un poco
de su devenir. Y justamente en ese proceso mental es que puedo mirar mi
pasado y darme cuenta de que hay unas cosas que para son sorpren-
dentes. Tal es el caso de mi niñez y, en general, de nuestra niñez. De solo
pensarlo, lo veo lejos, como si hubiera pasado hace mucho más tiempo
del que pasó, pero si llego a ver una foto de ese evento, empiezo no solo
a recordar sino a sentir cosas que quizá fueron las mismas de ese entonces
y, en ese sentido, se me hace todo como si fuera ayer.
Es en eso en lo que justamente me quiero enfocar, en la relatividad del
tiempo. Con relatividad me refiero a lo contrario de absoluto. Para mí, ab-
soluto es Dios y sus enseñanzas y mandamientos; pero el tiempo, fruto de
su creación, definitivamente para mía es relativo. Cuando estaba en el co-
legio y en mis primeros grados de primaria, la cancha de fútbol y las zonas
de recreación se me hacían gigantes, enormes. Pero hoy día que estoy en
una parecida, la veo en su justa medida según mi posición: ya no es gi-
gante. Me ocurrí lo mismo con los estudiantes de últimos grados, los veía
adultos, muy grandes y yo, apenas un pequeñín. Ahora, veinticinco o más
años después de haberme graduado, veo a los bachilleres, a donde apun-
tan mis hijos, como unos niños grandes, pero no en adultos.
También me ocurrió cuando tenía unos quince años, quizá un año más o
menos. Nos llevaron a una montaña para acampar en su cumbre. Cuando
llegamos a aquel pueblo, estábamos en pleno día y todos creíamos total-
mente que en unas dos horas estaríamos allá preparando la fogata para
calentarnos y, de paso, preparar algo de comer. No fue así. Iniciamos como
a las dos o tres de la tarde y eran las once de la noche y todavía no llegá-
bamos. El paisaje desde abajo nos hizo creer otra cosa. Finalmente llega-
mos como a la media noche. Rendidos, agotados, sucios y con hambre,
miramos el cielo del pueblo y, más lejos después de otras cadenas de mon-
tañas, las luces de nuestra ciudad. Estábamos felices y cuando llegó la ma-
ñana siguiente, al ver todas esas casas tan pequeñitas, nos dijimos que
por qué nos habíamos demorado tanto. Por supuesto, también fue por-
que no subimos como quizá debería ser, con constancia y rápido. Entre
paradas constantes y comentarios que nos hacían reír se nos pasaron las
horas. Y allí sentía el tiempo también como algo relativo: un montón de
tiempo para subir, pero, después de dos días de estar alarriba con todos
mis amigos y tomando el transporte de regreso, definitivamente se nos
pasaron esos dos días como si hubieran sido dos horas. Y creo que eso nos
ha pasado a todos.
En algún momento todos hemos escuchado que alguien dice que la vida
es como un soplo. Justamente hoy están naciendo miles de niños alrede-
dor de este planeta, pero también fallecieron miles de personas más. Al-
gunos con seguridad llegaron hasta los ochenta o noventa o incluso cien
años. ¿Pero qué es todo ese tiempo? Creo que se parece a un algodón de
azúcar: grandote pero, si lo aprietas, es solo una pequeña bolita rosada,
nada más. A todas las personas que les pregunto sobre cómo percibieron
que pasó este año, me dicen que a toda velocidad, que demasiado rápido.
Y que cada año es más rápido que el anterior. ¿Por qué está pasando esto?
¿Es algo sobrenatural? Pareciera que sí, porque al preguntarle a los pe-
queños, también me responden lo mismo. Parece que es algo que está
impactando a todas las personas.
El tiempo más rápido se pasa en las vacaciones. Anhelamos que lleguen y
se nos hace eterno mientras pasa semana tras semana antes de esa meta.
Cuando estamos disfrutándolas, cada día es como una hora y, cuando es-
tamos en el último día, antes de regresar al trabajo o estudio, considera-
mos ese tiempo como el mismo con el que tardamos en comer un helado.
Me pregunto si esto es justo y, a veces, me parece que no. Eso me pasa
cuando me voy a levantar. No tengo ganas. Quisiera seguir durmiendo. Y
eso le pasa también a mis hijos y esposa. Pero hay que iniciar el día, así
como se ha hecho desde que vivimos. En esta eterna repetición de even-
tos que pasan entre cada mañana y cada noche, que es prácticamente
exacta, estamos nosotros, con la oportunidad de vivir y aprovechar cada
segundo. Porque pienso que después de la verdadera vida, el siguiente
precioso regalo del cielo es el tiempo. Por eso debemos aprovecharlo al
máximo. Esto se los reitero a muchas personas.
La vida tiene un infinito valor al cual no se le puede poner un precio, y
creo que sucede algo similar con el tiempo. Para mí vale más que todo el
oro o plata del mundo. Cada día es una preciosa oportunidad en el que
podemos sembrar buenas semillas cuyos frutos podrán recibir nuestras
siguientes generaciones. O podemos hacer lo contrario. Por supuesto, eso
es decisión de cada persona cómo aprovechará el tiempo, pero por
parte, hay que exprimirlo y sacarle el mayor provecho. Es verdad, este
mundo es supremamente desigual y la gran mayoría quisiera vivir el
tiempo de una manera diferente porque su día a día es de solo sufri-
miento. Aun así, creo que hay esperanza. Quien nos regala el tiempo y la
vida también nos da la oportunidad de que podamos experimentar las
cosas de una manera diferente. Creo firmemente en que hay cosas que
dependen de nosotros, pero hay otras que se salen de nuestras manos,
que no están en función de nosotros, así como el tiempo. Puede llegar ese
día de lluvia que tanto esperamos, o de sol. Las cosas pueden cambiar si
dejamos que sea Dios el que tome el control. Él decidirá si hacemos o no
durante cada día.
Podemos planear lo que haremos hoy o el otro año o los próximos años,
pero es mejor que sea haga la voluntad del Creador. Quizá para algunos
leer este artículo fue solo algo pasajero o un texto que le vino por casua-
lidad, pero la invitación es a que no sea solo eso. Puede ser una invitación
para que mire el tiempo con respeto, que lo pueda aprovechar y sepa que
no está allí para que haga lo que desee, sino para que sepa que es la gran
oportunidad para reconocer que, como todo, tenemos un propósito y que
esta vida no consiste en solo esperar que los segundos terminen mientras
el corazón deja de latir. Hay más. Podemos regresar al origen de todo,
desde donde partimos y a quien nos ama.